Por más que los porqués
de los suicidios (desempleo, desahucios, mendicidad, pobreza…) se
multipliquen: ¿Qué pasa para que, a pesar de este sufrimiento, no
se produzca no ya una reacción popular generalizada, ni siquiera una
generalización de la crítica? En efecto, las expresiones de
descontento social aumentan pero, ya sea por su escasa
representatividad ya sea por su ausencia de legitimidad política, lo
cierto es que, en absoluto modifica la política de recortes del
gobierno. Constatamos, más allá de esas movilizaciones, más o
menos espontáneas, la aceptación resignada de los hechos, una forma
de pesimismo “decadente” que vendría a dar la razón a aquellos
que sostienen que tenemos lo que nos merecemos.
Medio en broma, medio en
serio, podríamos enunciar una ley social como la que establece que
“cuanto más te agachas más se te ve el culo”. Reflexionar
colectivamente sobre ello, tal vez, pueda brindar la posibilidad de
introducir, entre las circunstancias que contribuyen al efecto que la
ley prevé, elementos modificadores, que, por muy leves que
sean en sí mismos, pueden ayudar a transformar en el sentido deseado
el resultado de los mecanismos.
Difícilmente desde
coaliciones neoliberales-neoconservadoras pueden plantearse
posibilidades de mejora. Hay quien piensa en el desarrollo la
maximización y conservación de beneficios, y quien piensa en las
consecuencias de este desarrollo para los trabajadores. Schumpeter,
por ejemplo, recordaba I. Ramonet en Le Monde diplomatique (Julio
de 2012), “pensaba que todo sufrimiento social cumple un objetivo
económico necesario y que sería una equivocación mitigar ese
sufrimiento aunque sólo fuese ligeramente”. Si el sufrimiento
genera pingües beneficios, a cuento de qué erradicarlo.
Por tanto, es la
izquierda, en tanto en cuanto ser de izquierdas implica la conciencia
de la inmoralidad del capitalismo, la que debe dar respuesta a esa
pregunta. Quisiera acabar esta entrada, dando una posible respuesta a
la cuestión que nos ocupa a partir de lo que piensa un buen amigo.
Paco Gavira, un histórico de la izquierda alcalareña que, como el
cantor no sabe de agachadas, está implicado en mil batallas, y cuya
estrategia, a semejanza del viejo topo horadando sin prisas
pero sin pausas los cimientos de tanta inquina, resulta en sí misma
una lección, considera que es el miedo lo que explica, en parte, esa
conducta sumisa entre no poca gente de izquierdas.
A mí me parece que
siempre y cuando olvidemos proclamas apocalípticas, el miedo es un
elemento a estudiar. Por ejemplo, podríamos estudiar el miedo como
una decisión libre que el sujeto adopta en coherencia con un
programa de vida como el modelo neoliberal y no como un acto de
cobardía.
Vicente M. Pérez Guerrero