sábado, 21 de julio de 2012

Por más que los porqués de los suicidios (desempleo, desahucios, mendicidad, pobreza…) se multipliquen: ¿Qué pasa para que, a pesar de este sufrimiento, no se produzca no ya una reacción popular generalizada, ni siquiera una generalización de la crítica? En efecto, las expresiones de descontento social aumentan pero, ya sea por su escasa representatividad ya sea por su ausencia de legitimidad política, lo cierto es que, en absoluto modifica la política de recortes del gobierno. Constatamos, más allá de esas movilizaciones, más o menos espontáneas, la aceptación resignada de los hechos, una forma de pesimismo “decadente” que vendría a dar la razón a aquellos que sostienen que tenemos lo que nos merecemos.

Medio en broma, medio en serio, podríamos enunciar una ley social como la que establece que “cuanto más te agachas más se te ve el culo”. Reflexionar colectivamente sobre ello, tal vez, pueda brindar la posibilidad de introducir, entre las circunstancias que contribuyen al efecto que la ley prevé, elementos modificadores, que, por muy leves que sean en sí mismos, pueden ayudar a transformar en el sentido deseado el resultado de los mecanismos.

Difícilmente desde coaliciones neoliberales-neoconservadoras pueden plantearse posibilidades de mejora. Hay quien piensa en el desarrollo la maximización y conservación de beneficios, y quien piensa en las consecuencias de este desarrollo para los trabajadores. Schumpeter, por ejemplo, recordaba I. Ramonet en Le Monde diplomatique (Julio de 2012), “pensaba que todo sufrimiento social cumple un objetivo económico necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque sólo fuese ligeramente”. Si el sufrimiento genera pingües beneficios, a cuento de qué erradicarlo.

Por tanto, es la izquierda, en tanto en cuanto ser de izquierdas implica la conciencia de la inmoralidad del capitalismo, la que debe dar respuesta a esa pregunta. Quisiera acabar esta entrada, dando una posible respuesta a la cuestión que nos ocupa a partir de lo que piensa un buen amigo. Paco Gavira, un histórico de la izquierda alcalareña que, como el cantor no sabe de agachadas, está implicado en mil batallas, y cuya estrategia, a semejanza del viejo topo horadando sin prisas pero sin pausas los cimientos de tanta inquina, resulta en sí misma una lección, considera que es el miedo lo que explica, en parte, esa conducta sumisa entre no poca gente de izquierdas.

A mí me parece que siempre y cuando olvidemos proclamas apocalípticas, el miedo es un elemento a estudiar. Por ejemplo, podríamos estudiar el miedo como una decisión libre que el sujeto adopta en coherencia con un programa de vida como el modelo neoliberal y no como un acto de cobardía.

Vicente M. Pérez Guerrero