domingo, 2 de septiembre de 2012




La violencia del clientelismo político actual.



Existe un marcado clientelismo en las relaciones de la política democrática actual española. De hecho, su justificación intersubjetiva en parte, ha dado lugar a los efervescentes movimientos sociales como los del 15 de mayo, marea verde, etc. Estos fenómenos sociales han disparado la alarma no ya solo sobre la base de ese campo clientelar en la política como fenómeno social contemporáneo, sino en la posibilidad de que exista una justificación o fundamentación de ese clientelismo como única posibilidad de actuación política (así, la mayor crítica de los grandes partidos políticos a estos movimientos, que incluso tacharon de antidemocráticos, es que no votaban). De hecho, esta crisis ha arrasado con los presupuestos de una izquierda política que, sin saber dónde agarrarse, ha intentando rizar el rizo con lo que podríamos llamar un clientelismo de izquierdas.
La importancia que estos pushes sociales han tenido nos recuerda la vieja inoperancia o la antigua violencia del acto de la justificación de que la libertad o el liberalismo pueden funcionar bajo la gran capa de la democracia, digamos reducidamente, siempre que opere la ausencia de violencia y el trato libre entre iguales y de derecho. Pero la justificación de este tipo de estructuras se convierte en el primer acto de violencia, creando campos sociales donde no hay posibilidad de participación más que tomando parte de esos campos monolíticos, clientelares por definición. Podríamos citar como ejemplo el peligro que supone para el estado de derecho el efecto que el clientelismo político tiene en el ámbito de la jurisprudencia.
Una teoría por la otra. Porque si los valores de pluralidad democrática, amplitud de la crítica y favorecimiento de la participación ciudadana (que se mantiene tutelada y siempre en minoría de edad) y construcción conjunta de los actos democráticos y de derecho nunca tendrán sentido es porque se han visto mermados siempre por la justificación política de la disciplina partidista, hasta en sus aspectos semánticos, por este valor único justificador. La gran pregunta que se plantea ahora es si los partidos –citando a aquel–, como tales, han muerto, y si la podredumbre de su cadáver nos está dejando estupefactos y sin saber qué decir ni hacer. 

                                                                                                                 



                                                                                                           DIEGO DELGADO

sábado, 21 de julio de 2012

Por más que los porqués de los suicidios (desempleo, desahucios, mendicidad, pobreza…) se multipliquen: ¿Qué pasa para que, a pesar de este sufrimiento, no se produzca no ya una reacción popular generalizada, ni siquiera una generalización de la crítica? En efecto, las expresiones de descontento social aumentan pero, ya sea por su escasa representatividad ya sea por su ausencia de legitimidad política, lo cierto es que, en absoluto modifica la política de recortes del gobierno. Constatamos, más allá de esas movilizaciones, más o menos espontáneas, la aceptación resignada de los hechos, una forma de pesimismo “decadente” que vendría a dar la razón a aquellos que sostienen que tenemos lo que nos merecemos.

Medio en broma, medio en serio, podríamos enunciar una ley social como la que establece que “cuanto más te agachas más se te ve el culo”. Reflexionar colectivamente sobre ello, tal vez, pueda brindar la posibilidad de introducir, entre las circunstancias que contribuyen al efecto que la ley prevé, elementos modificadores, que, por muy leves que sean en sí mismos, pueden ayudar a transformar en el sentido deseado el resultado de los mecanismos.

Difícilmente desde coaliciones neoliberales-neoconservadoras pueden plantearse posibilidades de mejora. Hay quien piensa en el desarrollo la maximización y conservación de beneficios, y quien piensa en las consecuencias de este desarrollo para los trabajadores. Schumpeter, por ejemplo, recordaba I. Ramonet en Le Monde diplomatique (Julio de 2012), “pensaba que todo sufrimiento social cumple un objetivo económico necesario y que sería una equivocación mitigar ese sufrimiento aunque sólo fuese ligeramente”. Si el sufrimiento genera pingües beneficios, a cuento de qué erradicarlo.

Por tanto, es la izquierda, en tanto en cuanto ser de izquierdas implica la conciencia de la inmoralidad del capitalismo, la que debe dar respuesta a esa pregunta. Quisiera acabar esta entrada, dando una posible respuesta a la cuestión que nos ocupa a partir de lo que piensa un buen amigo. Paco Gavira, un histórico de la izquierda alcalareña que, como el cantor no sabe de agachadas, está implicado en mil batallas, y cuya estrategia, a semejanza del viejo topo horadando sin prisas pero sin pausas los cimientos de tanta inquina, resulta en sí misma una lección, considera que es el miedo lo que explica, en parte, esa conducta sumisa entre no poca gente de izquierdas.

A mí me parece que siempre y cuando olvidemos proclamas apocalípticas, el miedo es un elemento a estudiar. Por ejemplo, podríamos estudiar el miedo como una decisión libre que el sujeto adopta en coherencia con un programa de vida como el modelo neoliberal y no como un acto de cobardía.

Vicente M. Pérez Guerrero