La violencia del clientelismo
político actual.
Existe un marcado clientelismo en
las relaciones de la política democrática actual española. De hecho, su
justificación intersubjetiva en parte, ha dado lugar a los efervescentes
movimientos sociales como los del 15 de mayo, marea verde, etc. Estos fenómenos
sociales han disparado la alarma no ya solo sobre la base de ese campo
clientelar en la política como fenómeno social contemporáneo, sino en la
posibilidad de que exista una justificación
o fundamentación de ese clientelismo como única posibilidad de actuación
política (así, la mayor crítica de los grandes partidos políticos a estos
movimientos, que incluso tacharon de antidemocráticos, es que no votaban). De hecho, esta crisis ha
arrasado con los presupuestos de una izquierda política que, sin saber dónde
agarrarse, ha intentando rizar el rizo con lo que podríamos llamar un clientelismo de izquierdas.
La importancia que estos pushes sociales han tenido nos recuerda
la vieja inoperancia o la antigua violencia del acto de la justificación de que
la libertad o el liberalismo pueden funcionar bajo la gran capa de la
democracia, digamos reducidamente, siempre que opere la ausencia de violencia y
el trato libre entre iguales y de derecho. Pero la justificación de este tipo
de estructuras se convierte en el primer acto de violencia, creando campos
sociales donde no hay posibilidad de participación más que tomando parte de
esos campos monolíticos, clientelares por definición. Podríamos citar como
ejemplo el peligro que supone para el estado de derecho el efecto que el
clientelismo político tiene en el ámbito de la jurisprudencia.
Una teoría por la otra. Porque si
los valores de pluralidad democrática, amplitud de la crítica y favorecimiento
de la participación ciudadana (que se mantiene tutelada y siempre en minoría de
edad) y construcción conjunta de los actos democráticos y de derecho nunca
tendrán sentido es porque se han visto mermados siempre por la justificación
política de la disciplina partidista, hasta en sus aspectos semánticos, por
este valor único justificador. La gran pregunta que se plantea ahora es si los
partidos –citando a aquel–, como tales, han muerto,
y si la podredumbre de su cadáver nos está dejando estupefactos y sin saber qué
decir ni hacer.
DIEGO DELGADO